Los pueblos indígenas concebimos el territorio como la madre dadora de vida, como espacio espiritual, como representación de lo sagrado y como huella histórica. En este sentido, el Decreto Ley 4633 de 2011 admite al territorio como "integridad viviente", es decir que, además de ser constitutivo y sustento de la vida física y espiritual indígena, sufre daños en su vitalidad. Por tanto, la misma legislación acepta que el conflicto no afecta solo a los seres humanos, sus consecuencias se extienden al territorio, de ahí la importancia de reconocerlo como víctima y no como escenario inerte. La sanación no atañe únicamente a la humanidad; los antepasados, el territorio y todos los seres que conforman integralmente al cosmos también merecen recibir alivio, al tiempo que tienen el potencial para curar.
El reconocimiento de la condición de víctima del territorio exalta las dinámicas sociales que
tejemos entre los pueblos étnicos y los sitios sagrados y es, al mismo tiempo, la exigencia de
su reparación, regeneración, armonización y sanación.
El eje Territorios de esta exposición invita a recorrer imágenes elaboradas por diversos
pueblos en el marco de sus procesos de memoria histórica, acompañados por el Centro Nacional
de Memoria Histórica, así como obras de artistas indígenas que evocan sus territorios, con
el fin de escuchar a la tierra, apreciar la complejidad de las relaciones entre las
comunidades y su entorno, y comprender la magnitud de las afectaciones del conflicto en sus
espacios vitales.
Los enfrentamientos por el control territorial, en el marco del Conflicto Armado, han sido
unos de los hechos que más han afectado a las comunidades indígenas. Los pueblos han visto
interrumpidas sus vidas y sus prácticas culturales por la restricción de la circulación, la
profanación de lugares sagrados, el desplazamiento forzado y el despojo causados por los
grupos armados.
Los Wiwa somos uno de los cuatro pueblos, al lado de los Kankuamos, Koguis y Arhuacos, que habitamos el corazón del mundo, como denominamos a la Sierra Nevada de Santa Marta. Vivimos en los departamentos de Cesar, Guajira y Magdalena. El dumunu (damana), nuestra lengua originaria, estuvo al borde de la desaparición. Actualmente desarrollamos programas (como los modelos educativos y de salud propios y el Plan de Salvaguardia) encaminados a nuestra recuperación, basados en la comprensión de la lengua como reflejo y camino para el fortalecimiento de las bases identitarias del ser Wiwa.
En 2013 se conformó la organización Golkushe Tayrona, que reúne a las comunidades
Wiwa
de los ríos Ranchería, Tapias, Jerez, Guachaca y el municipio de Ciénaga para
reflexionar sobre el proceso de memoria histórica o Ruama Shama. En este proceso se
busca identificar la forma en que nuestra cosmovisión ha sido afectada por el
desplazamiento forzado masivo, el asesinato de autoridades tradicionales, la
desaparición forzada, el despojo de tierras, la tala de
árboles, los bombardeos, el saqueo de sitios sagrados, la presencia de bandas
criminales
y los proyectos minero-energéticos. La organización, liderada por jóvenes de la
comunidad, sustenta su trabajo en la guía de los mamos y sagas, sabedores
tradicionales.
En consonancia con dicho proceso, estamos impulsando la creación del Observatorio de
pensamiento ancestral del pueblo Wiwa, Sheuama. Este Observatorio de Pensamiento, se
proyecta como garantía de satisfacción, se orienta al rescate,
fortalecimiento y preservación de la memoria, cultura, usos y costumbres ancestrales
de
los cuatro pueblos indígenas de la Sierra, y a compartir nuestros conocimientos
tradicionales con los hermanos menores para el cuidado de la Madre Tierra.
En La Chorrera, Amazonas, habitamos los pueblos Uitoto-Mɨnɨka, Ɨvhuuza (Okaina), Gaigoomɨjo (Muinane) y Pɨɨneemuunáá (Bora), somos la esencia del tabaco, la coca y la yuca dulce y sobrevivientes victoriosos del exterminio de los pueblos indígenas de la Amazonía causado por la explotación cauchera de principios de siglo XX. Fuimos esclavizados, torturados y asesinados por la compañía anglo-peruana conocida como la Casa Arana. El actuar de la empresa resultó en la muerte de alrededor de 40.000 personas durante el “boom” del caucho, conduciendo al exterminio de pueblos, lenguas y conocimientos.
Tras varias décadas de lucha y resistencia, en 1988 el gobierno nacional creó el
Resguardo Predio Putumayo, el más grande del país, que integra varios pueblos
conformados por sobrevivientes. Además, como resultado de varios procesos organizativos
previos, creamos en 2002 la Asociación Zonal Indígena de Cabildos y Autoridades
Tradicionales de La Chorrera - AZICATCH.
Los Barí nos ubicamos en la región del Da-bocyi (Catatumbo), espacio fronterizo entre Colombia y Venezuela. Conservamos nuestra lengua original, el barí ara. Antes de la conquista, habitabamos el territorio comprendido entre los andes venezolanos y la Serranía del Perijá. Las Suoikãra (comunidades) habitabamos en bohíos que eran ocupados periódicamente como forma de manejo del territorio.
Según nuestros saberes ancestrales, conocidos como Samayihũ Ibamasobimãĩ, transmitidos por los Sadou, reconocemos al territorio como Ishtana, espacio en el que perduran nuestras costumbres, conocimientos y prácticas. Según nuestro informe de memoria histórica, las múltiples olas de violencia ejercidas sobre nuestro pueblo han reducido en un 80% nuestro espacio original. En ese mismo documento se indica que las mayores amenazas sobre nuestro territorio son las exploraciones y explotaciones petroleras y los megaproyectos minero-energéticos.
A pesar de las violencias ejercidas por la conquista, los evangelizadores, la acción y
omisión del Estado colombiano, la presencia de grupos guerrilleros y paramilitares, y los
intereses económicos en la región, hemos pervivido. En un primer momento, recurriendo a la
confrontación directa y luego, apelando al diálogo por medio de la organización
Ñatubaiyibarí y al ejercicio de nuestra autonomía territorial, siempre acompañados por la
protección espiritual de SABASEBA.
Como pueblo Nasa somos originarios del actual territorio colombiano. Nuestro territorio ancestral, y en el que habitamos principalmente, es el Cauca. Sin embargo, por causa del despojo histórico de tierras y del desplazamiento generado por el Conflicto Armado Interno, nuestra presencia se extiende a todo el país. Sin importar el lugar en el que vivamos conservamos nuestra identidad cultural; nuestra lengua materna, el nasa yuwe, y la relación con nuestro territorio ancestral. Como pueblo Nasa, la casa y el territorio son espacios de abrigo y construcción colectiva de vida.
Somos uno de los pueblos originarios más numerosos de Colombia, con un total de 175.942 personas censadas en resguardos por el DANE en 2019.
Desde la década de 1970, los Kiwe Thegnas o cuidadores del territorio, más conocidos como la Guardia Indígena, hemos ejercido la soberanía territorial de manera pacífica. Nuestra labor fue legitimada por nuestras autoridades ancestrales y la comunidad en 2001.
La intención de proyectar nuestros sueños y mandatos en forma de incidencia política llevó a la conformación de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca -ACIN- en 1994. Además, hacemos parte del Consejo Regional Indígena del Cauca -CRIC-, creado en 1971. El CRIC agrupa 127 Autoridades, 11 Asociaciones, 10 zonas y 10 pueblos en más de 85 resguardos indígenas legalmente constituidos en el Departamento del Cauca.
La presencia de grupos armados ilegales y su disputa con la Fuerza Pública nos han
puesto en medio del fuego cruzado. Hemos sido uno de los más afectados por el conflicto,
la represión estatal, la megaminería, los cultivos de uso ilícito, los monocultivos de
caña, pino y eucalipto, el narcotráfico y la contaminación de la madre naturaleza.
Nosotros, los Inkal Awá somos gente de la montaña y la selva, habitamos los departamentos de Nariño, Putumayo y el noroccidente del Ecuador. Nuestro asentamiento transfronterizo amplía la noción de nacionalidad. Conservamos el awapit como nuestra lengua ancestral. Nuestros lugares de residencia se encuentran dispersos a lo largo de los ríos que corren desde la meseta andina hacia el litoral Pacífico y desde el piedemonte hacia la Amazonia.
El territorio ancestral Inkal Awá, Katsa su, es entendido como el lugar donde se desarrollan nuestra cultura, gobierno, sabiduría y espiritualidad.
Para ejercer nuestros derechos territoriales y preservar nuestra cultura y forma
de
vida, creamos cuatro organizaciones que conforman la Gran Familia Awá
Binacional.
Estas son: el Cabildo Mayor Awá de Ricaurte – CAMAWARI; la Unidad Indígena del
Pueblo Awá – UNIPA, en Nariño; la Asociación de Cabildos Indígenas del Pueblo
Awá
del Putumayo – ACIPAP Inkal Awá, y la Federación de Centros Awá del Ecuador –
FCAE.
Kamuents̈á Yents̈á Kamënts̈á Biyang hemos habitado milenariamente nuestro sagrado lugar de origen Uaman Tabanok que, según nuestros mayores, antiguamente fue una inmensa laguna: Uabjajonay. Las familias del Pueblo Kamënts̈á actualmente vivimos en el área rural y urbana de los municipios de Sibundoy y San Francisco, en el Alto Putumayo. No obstante, como consecuencia del histórico despojo territorial y el conflicto armado, nos hemos visto forzados a desplazarnos y a conformar asentamientos en los municipios de Mocoa, Villagarzón, Orito y San Miguel, en la Amazonia Colombiana, y en el área urbana de Bogotá y otras ciudades.
Somos un pueblo hábil y dedicado en los oficios artesanales (tejido en lana,
tallado,
cestería) y a la adaptación, uso y preparación de plantas alimenticias, ornamentales
y
medicinales, principalmente el shishaj, originaria del páramo, y el biajíy (yagé)
que,
aunque proviene de las selvas del medio y bajo Putumayo, ha sido utilizado
ancestralmente como parte integral de nuestra medicina tradicional. Hacer esta
adaptación de especies vegetales en un ambiente de altísima humedad relativa y
suelos
inundables, como el del Valle de Sibundoy, requiere técnicas y conocimientos
ancestrales
que, como pueblo, hemos sostenido y adaptado durante cientos de años. Así mismo, los
caminos antiguos han permitido a los pueblos del Valle de Sibundoy una fluida
relación
de intercambio con los pueblos de la llanura Amazónica. Los Kamënts̈a aún
conservamos
algunos de los caminos ancestrales que les permitieron a nuestros antepasados
transitar
entre los Andes y las llanuras aluviales amazónicas, como el Tangua Benach.
Los Pasto, del sur de Nariño, habitamos en el nudo de la Guaca. Una región rodeada de cerros y lagunas. Desde el siglo XVI los colonizadores usurparon las tierras de los indígenas del sur de Nariño, lo que alteró el orden y el derecho de los indígenas, que sólo se pudo restablecer cuando la tierra regresó a sus legítimos herederos.
Recuperación es el término utilizado para describir el acto de reclamar
territorios
mediante la ocupación de tierras usurpadas. En 1975, los pastos nos sumamos a
los
pueblos recuperadores; los pioneros fueron los Cumbales, con la exigencia de un
terreno llamado Llano de Piedras, que fue conseguido en 1976. El impulso de los
primeros recuperadores se extendió a otros pueblos pastos; para la década de
1980,
Pananes, Muellamueses, Guachucales y Chiles, entre otros, reclamamos la
devolución
de las altiplanicies arrebatadas siglos atrás, que sabíamos propias, pues aún
conservábamos los títulos o la memoria de los linderos. Con la recuperación de
la
tierra también estaban en juego la reconstitución de la autoridad política del
cabildo, la posibilidad de desarrollar un trabajo agrícola que permitiera el
autoabastecimiento y la “corrección” de la historia a través de la incorporación
de
territorios al resguardo. Las luchas por la recuperación de la tierra fueron
solo el
comienzo de toda una vida de pequeñas y grandes batallas para continuar con
nuestra
pervivencia.
Grupos guerrilleros, paramilitares y narcotraficante se han enfrentado entre sí y contra las Fuerzas Armadas por el control territorial. Las poblaciones indígenas han quedado en medio de la confrontación y, como consecuencia, han sido acorraladas, estigmatizadas y violentadas.
La población indígena de Colombia supera el 1.900.000 personas (DANE-DCD. CNPV, 2018), quienes hacen parte de 102 pueblos, y habitan en 31 de los 32 departamentos del país, en su mayoría en los resguardos indígenas
Las obras que se presentan a continuación fueron realizadas por artistas pertenecientes a pueblos indígenas. Sus trabajos artísticos nos acercan a comprensiones diversas de lo territorial y evidencian la importancia capital del territorio para su pervivencia. Las obras, además, señalan distintas problemáticas y afectaciones de los territorios indígenas con ocasión del Conflicto Armado.
El tejido entre lenguajes propios del mundo del arte contemporáneo y las cosmogonías indígenas
es una invitación a reivindicar, entre otros, los procesos de resistencia de estos pueblos, las
implicaciones que para ellos representan las graves afectaciones a sus territorios, así como a
respetar la diversidad de pensamientos y formas propias de tramitar el dolor.
Nuestros conocimientos tradicionales, como pueblos indígenas, se cimentan en una
relación estrecha con el territorio y el medio ambiente. Este saber ancestral puede
representarse en calendarios que recogen los ciclos vitales de los seres vivos, los
cuerpos celestes y los fenómenos atmosféricos en relación con las formas de vida y
trabajo propias que aseguran la existencia. La pervivencia de nuestros pueblos se
encuentra amenazada por las economías extractivas, legales e ilegales; la falta de
implementación de políticas estatales, la escasa articulación de los gobiernos nacional
y regional con los gobiernos tradicionales, las afectaciones al medio ambiente y por la
violencia ejercida por actores armados que alteran el curso de la vida humana y
no-humana. Los calendarios son memoria del pasado y esperanza para la vida presente y
futura de nuestras comunidades pues, conocer y respetar las temporalidades de la tierra
y sus seres, es garantía de sanación y de una convivencia más justa para todos. En ese
sentido, la sanación implica plantear estrategias para la reconstrucción y
fortalecimiento de las relaciones sociales, los ciclos naturales y las redes
espirituales.
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La explicación de la naturaleza espiralada (enchurada, del quechua /čúru/ 'caracol') de la temporalidad pasto, se hace a través de “Los churos del tiempo”. En ella los eventos, las cosas y los personajes que ocurrieron en el pasado no se extinguen por completo; al cabo de los años o los siglos dan la vuelta, o regresan, para hacerse presentes y restablecer el orden del mundo, denominado “propio”, que proviene de la tierra y del derecho mayor. Esto da cuenta del amplísimo marco temporal que permite a los indígenas hacer memoria.
La temporalidad del pueblo Pasto abraca tres periodos diferenciados: el
tiempo de
los infieles, el de los mayores antiguos y el de las recuperadoras. Estos se
superponen, traslapan y repiten en la vida y la memoria de los pastos.
Nacieron en árbol que tenía una Barbacha oscura, luego andaban como moviendo la cabeza. Vivió largo tiempo hasta que quedó viejo, luego se la apareció una mujer y le dijo que quería vivir con él; dialogaron y se fueron a vivir en una cueva en la peña. Allí nació su primer hijo, luego nació una niña en la noche oscura. Este señor estaba muy preocupado porque como era una sola familia temía que iría a hacer reproducción entre hermanos y el señor era como Barbacha negra y la mujer era blanca.
Este personaje sólo comía frutas de un árbol “akal K+h”. Este primer hombre se llamaba “China att+m”. La mujer tenía sed, cogía Barbacha y tomaba. Luego miró una quebrada y allí encontró un cangrejo. Este se metía en la cueva, la mujer luego lo cogió. La mujer ordenó al hombre para que cogiera un cangrejo que se encontraba en Chatanalpí.
Cuando el cangrejo vomita, hace crecer el río, esto porque el cangrejo tiene sus cuevas allí conserva el agua para los demás seres.
El primer hombre fue de nariz larga y hombre grande, todos los árboles tenían su nombre, pero estos mismos árboles se autonombraron.
Los dos hijos hicieron procrear la población, pero como los árboles miraban esta gente cuando quería tener relaciones sexuales se escuchaba una voz “ya lo miré” todo esto porque los árboles cuidaban todas las acciones.
Los árboles también sentían y tenían sangre: luego apareció Dios y dijo que los árboles ya no tengan sangre que quedan como en la actualidad son: árboles sin sangre, sangre de drago, mangare, mancha ropa.
Las semillas solo eran pepas. Dios realizaba recorridos en todas las familias y lo que la gente le pedía, al otro día amanecía lleno de lo que habían pedido... luego se fue aconsejando a las familias para que vivan bien. (Plan de vida de las comunidades indígenas del Pueblo Awá-UNIPA, s.f, P. 34)
Los relatos que se cuentan entre el pueblo Awá permiten no
solo la conservación de su
cultura sino que sientan las bases del comportamiento y
regulación de normas sociales
(informe de caracterización de afectaciones territoriales
Zona Telembí Awá, 2014, P.
40), ya que en su cultura no existen leyes, textos u otro
tipo de reglas que orienten
sus actuaciones como las conocemos en lo que ellos llaman el
“mundo occidental”, un
ejemplo de ellos es el cuento de la Tunda.