Las memorias de los pueblos indígenas se construyen en términos y nociones propias, muchos de los cuales, como el tiempo, la red vital y la muerte, difieren de los conceptos que tienen otros grupos humanos. La perspectiva histórica de esas memorias desborda las temporalidades convencionales y comprende la violencia como diferentes ciclos entrelazados desde la conquista europea hasta el presente. Por tanto, es imposible hablar del conflicto sin hacer referencia a las violencias sufridas por las generaciones pasadas.
Los procesos de memoria enfatizan los acontecimientos que, desde hace décadas e incluso siglos, han violentado a las poblaciones indígenas en todos los aspectos de su vida, impulsando el despojo y las afectaciones al territorio por medio de variados repertorios de violencia. En ese sentido, las memorias de los pueblos indígenas no pueden entenderse como relatos de hechos pasados, sino como mecanismos que permiten interpretar el presente. Así mismo, las memorias no solo dan cuenta de hechos sufridos, también narran los procesos de resistencia empleados para pervivir en el tiempo.
Las memorias del pueblo Barí y de los pueblos Uitoto-Mɨnɨka, ɨvhuuza (Okaina), Gaigoomɨjo (Muinane) y Pɨɨneemuunáá (Bora), esencia del tabaco, la coca y la yuca dulce de La Chorrera, permiten un acercamiento a esos hechos que, por poco, concluyen en el extermino de sus comunidades, con el anhelo de evitar la repetición y de asegurar una nueva historia para sus hijos. Esto implica reinterpretar desde la palabra de vida, conocimiento y resistencia una memoria dolorosa como camino para empezar a sanarla.