Para nuestro pueblo Awá la palabra sanación tiene cierta complejidad y genera tristeza. ¿Qué tanta disposición hay para sanar cuando vemos que en nuestro pueblo, en nuestras comunidades el conflicto no se ha ido?, que sigue incluso más fuerte que antes. Hay restricciones para poder entrar a algunos territorios, los procesos de Guardía Indígena, de gobernanza, están limitados por no tener acceso a lugares, porque después de que se firma el acuerdo de paz surgen más grupos armados, hay más violencia, más conflicto. En medio de todo eso, hablar de sanación también es una apuesta que va en dos sentidos que los mayores decían: no tenemos que hablar solo de sanación, sino también cómo nos hacemos más fuertes, cómo estando en medio del conflicto, de un posconflicto, cómo se reinterpreta al interior de nuestros pueblos y comunidades.
Desde el trabajo espiritual, se pueden realizar procesos de sanación y de armonización, aunque se debe reconocer que eventos como la pérdida de una vida o la destrucción de la naturaleza no se pueden sanar por completo.
Nuestro territorio ancestral ha sufrido intervenciones y afectaciones desde la colonización española hasta nuestros días, ocasionando un constante desplazamiento para poder vivir en tranquilidad y en armonía con la naturaleza. A mediados del siglo XX se incrementan las afectaciones a nuestra integridad física y cultural y por iniciativa de los mayores y líderes de la época, se inicia un proceso organizativo para hacerle frente a la violencia que nos estaba exterminando.
Desde 1982, con el surgimiento de las primeras organizaciones y a partir del Primer Encuentro de Líderes Awá de Colombia y Ecuador en 1986, se fue gestando la idea de crear la Gran Familia Awá Binacional. Surge como una estrategia de unidad política y de fortalecimiento cultural que busca mejorar la calidad de vida, impulsar el reconocimiento de la identidad propia, y garantizar los derechos dentro y fuera del territorio, a la par que se erige como una respuesta frente al riesgo de extinción al que está expuesta nuestra lengua, medicina tradicional, cosmovisión y territorio por causa de la presencia de grupos armados y bandas de narcotraficantes que se disputan el control territorial, y por la presencia de proyectos extractivos.
La Gran Familia Awá Binacional (GFAB) está constituida por cuatro organizaciones: una en Ecuador, dos en Nariño y una en Putumayo. Se trata de la Federación de Centros Awá del Ecuador (FCAE) con 27 Centros, la Unidad Indígena del Pueblo Inkal Awá (UNIPA) con 32 resguardos, el Cabildo Mayor Awá de Ricaurte (CAMAWARI) con 16 resguardos, y la Asociación de Cabildos Indígenas del Pueblo Inkal Awá del Putumayo (ACIPAP) con 47 resguardos.
La GFAB construyó un Plan de vida en el que se propuso como un eje de trabajo rastrear las huellas de sus ancestros. Esto implica recorrer el territorio, fortalecer los lazos de familiaridad pese a la distancia, y salvaguardar el saber y el consejo de sus mayores para comprender las problemáticas y riesgos que atentan contra sus modos de vida.
La llegada de los colonizadores españoles, la apertura de caminos y carreteras que atravesaron nuestro territorio; la construcción del ferrocarril a Tumaco en 1930, la expansión del cultivo de palma africana, los proyectos petroleros y mineros en los años cuarenta, la bonanza del cultivo de coca en la década de los sesenta y el oleoducto transandino en 1970, la minería y la explotación maderera, entre otros episodios, nos han obligado a desplazarnos desde nuestro territorio ancestral hacia las partes más altas de la selva.
A finales de los años ochenta, las FARC y el ELN llegaron a nuestro territorio (Katsa su), a Putumayo y Nariño, por su ubicación estratégica. Los combates y disputas territoriales de estas guerrillas con el Ejército, a las que se sumaron los grupos paramilitares y otras bandas criminales, desde el 2000, recrudecieron el Conflicto Armado.
Las tres masacres registradas en 2009, en los resguardos de Tortugaña Telembí, Gran Rosario y Ñambí-Piedra Verde, dejaron un saldo de más de 40 personas muertas, encendieron las alertas y nos sacaron del anonimato histórico. En los últimos 18 años hemos visto caer a más de 2.000 compañeros, según datos de la organización del Cabildo Mayor Awá de Ricaurte (CAMAWARI). Con el proceso de paz, la guerra nos dio una breve tregua pero, después de unos meses de aparente calma, las amenazas y los asesinatos en contra de nuestro pueblo se recrudecieron.
Tras soportar largos periodos de desplazamiento y violencia, hemos emprendido gradualmente el retorno a nuestro territorio ancestral (Katsa su). La tierra donde vivimos está ubicada entre la meseta andina y el litoral Pacífico, y desde el piedemonte hasta la amazonia. Es el hábitat de especies clave y endémicas, uno de los lugares con mayor diversidad en el planeta, y que hoy está en alto riesgo de amenaza. Con la creación de proyectos comunitarios y ambientales, además de conectar el territorio y construir corredores biológicos, buscamos la conservación de los ríos y el uso sostenible de la biodiversidad.
Además de las iniciativas de protección de nuestro territorio, buscamos rescatar esas tradiciones que la colonización y el Conflicto Armado nos arrebataron. Recuperar nuestra lengua ancestral awapit, nuestra música tradicional de marimbas, tambores y flautas, el proyecto de las mujeres tejedoras de artesanías, así como nuestros rituales, ceremonias y cosmovisión nos han servido como bálsamo para un pueblo que no se rinde ante la violencia.
Para enfrentar las situaciones de violencia que la presencia de actores armados legales e ilegales ha generado en nuestros territorios ancestrales, hemos desarrollado una estrategia de autoprotección: la Guardia Indígena. La Guardia Indígena está conformada por grupos de jóvenes, niños, niñas, mayores, mujeres y hombres que defendemos la vida y el territorio; nos caracterizamos por portar el bastón de mando y por garantizar la seguridad en nuestro territorio, de forma autónoma, sin la necesidad de la intervención del Ejército o cualquier grupo armado.
Nuestra Guardia Indígena tiene como lema: “Ante las armas, la palabra”, y bajo los principios de “unidad, territorio, cultura y autonomía” hemos jugado un papel determinante en el cuidado de nuestras comunidades y el medio ambiente, en la defensa de la paz, en la protección de los derechos humanos y en evitar el reclutamiento forzado de nuestros niños y jóvenes por los grupos armados, entre otros. La formación y el fortalecimiento que recibimos nos ha permitido ejercer un mayor control social y territorial, pese a que esto implique arriesgar la vida de nuestros guardias.
Las mujeres, además de velar por el cuidado de la familia, siempre hemos sido lideresas y gobernadoras; esto ha tomado mayor fuerza en los últimos años.
Sin la mujer no existiría la historia, al igual que sin el hombre, ya que no existiría el vínculo, ni la procreación. Tanto la mujer como el hombre son importantes en la naturaleza, todo ser vivo necesita del otro. En otras palabra, es una conexión que hace germinar el respeto y muchos valores humanos con los que hemos aprendido a vivir; y como aquel árbol necesita la lluvia, de la tierra, de los ríos, de las nubes, de los rayos del sol, del viento, los cantos de los pájaros, de las plantas que sanan, para su bienestar, es decir son un complemento