Entre los años setenta y noventa del siglo XX los pueblos indígenas del suroccidente
colombiano emprendimos una lucha por la recuperación de las tierras de resguardo que nos
habían sido arrebatadas por hacendados y terratenientes por más de trescientos años. La
consigna fue “recuperar la tierra para recuperarlo todo”. Regresar a los terrenos usurpados
nos permitió volver a vivir como pueblos autodeterminados. A pesar de los maltratos, del
hambre y de la miseria que enfrentamos en el tiempo del despojo, los indígenas conservamos,
como una semilla, nuestra forma de vida particular, nuestra historia y la memoria que
nuestros antepasados nos legaron para volver a vivir en la tierra. Las mujeres tuvimos un
papel fundamental en las luchas por la tierra.
Estaba en juego la supervivencia propia y
de nuestros renacientes.
Con el retorno de la tierra a la posesión indígena, la vida de nuestro pueblo cambió drásticamente. Las haciendas rescatadas de manos de los terratenientes, por medio de una lucha basada en el trabajo, se dividieron entre los recuperadores y las recuperadoras. Cada una logró una porción de terreno suficiente para cultivar, criar animales y hacer crecer a sus familias. Los indígenas, hasta entonces excluidos de la escuela, de la toma de decisiones y de su propia tierra; pudimos regresar. Construimos viviendas, escuelas y colegios en nuestros resguardos para los renacientes que aumentaban. Los tiempos de hambre y sufrimiento parecen lejanos ya. Sin embargo, los renacientes sabemos que la vida que llevamos ahora, incluso la posibilidad de estudiar en la universidad, se debe a la lucha de nuestros mayores. Por eso comprendemos que tenemos la responsabilidad de seguir trabajando y cuidando la tierra que sustenta la vida y la lucha del fiero pueblo de los pastos.
Se muestra con la imagen la herencia generacional de las mujeres, las mamitas, mamaguelas para que las y los renacientes estemos aquí viviendo en la tierra y siguiendo sus consejos. Cuando conversamos sobre las constantes vueltas que vienen del tiempo de adelante en larga duración, y como el tiempo de los infieles vuelve a ser fuerte en las luchas de los mayores antiguos y esto es el respaldo para los reclamos de la tierra en el tiempo de las recuperaciones.
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San Martín es una tierra fértil, por eso los indígenas preferimos vivir allí. Construimos nuestras casas con tabla, trabajábamos las tierras y cuidábamos nuestros animales. Teníamos más espacio y era el único lugar donde los terratenientes no se habían apoderado de las tierras. Pero esta paz que existía en el Guaico se vería interrumpida.
El difícil acceso a esta vereda, su condición geográfica, el olvido del que era objeto, las grandes montañas que la rodean, su cercanía al mar y la ausencia del ejército y la policía nacional, hicieron que en los años ochenta grupos armados como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el M19 y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) se asentaran allí. Desde entonces los habitantes de esta vereda nos hemos visto obligados a compartir nuestro territorio con estos grupos armados. Es normal para los indígenas ver a los guerros, como llamamos a los miembros de estas agrupaciones, caminando tranquilamente por la vereda.
En las últimas décadas, grupos al margen de la ley hicieron presencia en los resguardos, principalmente, en busca de control de las rutas del narcotráfico en la región. Lo que ha cobrado la vida de líderes indígenas.
Son pocos los relatos que la mencionan. Antes del tiempo de las recuperaciones, la cacica parecía borrada de la memoria oral de los pastos.
Gracias a su larga marcha a pie limpio por los caminos de los Andes, la cacica consiguió los amparos y los títulos o escrituras donde se encuentran los linderos que amojonan las tierras del pueblo Pasto. El 13 de mayo de 1650 se dictó la sentencia sobre la petición que hizo Micaelina. En agosto del mismo año se falló en defensa de los intereses de los caciques e indios de Muellamués, Guachucal, Colimba y Mallama en la provincia de los Pastos. No obstante contar con los títulos y amparos, el triunfo de la cacica no se hizo efectivo en ese tiempo.
Las luchas de la cacica Micaela, Juan Bautista Ipialpud y los demás cabildos que los precedieron se materializaron en documentos o “títulos de propiedad”, que señalan los linderos de los terrenos que conforman el resguardo de Guachucal. La escritura fue ocultada durante siglos por los mayores, por temor a que les fuera arrebatada y con ella su sueño de recuperar sus tierras.
A mediados de la década de 1980, los guachucales conocimos el nombre y la lucha de Micaelina, la cacica del Siglo XVII que libró un pleito con los españoles. La que estabamos a punto de emprender, no era una lucha nueva para liberar las tierras de los terratenientes, era la misma de Micaela García Puenambás, la primera recuperadora.
En la segunda mitad del siglo XX, sin poder soportar más el hambre y los malos tratos, los pastos nos inspiramos en las luchas por la recuperación de la tierra de los paeces y los guambianos del Cauca y en su consigna: “Recuperar la tierra para recuperarlo todo”. A principios de la década del ochenta los indígenas pastos comenzamos a reclamar las planicies, que siglos atrás nos habían arrebatado, pero que se sabíamos propias pues aún conservaban los títulos coloniales que amparaban a nuestro pueblo y sentíamos que la tierra nos llamaba a no abandonarla.
Las recuperaciones en Nariño comenzaron en los resguardos de Cumbal, Chiles y Muellamués, luego se extendieron a Colimba y Guachucal. Fueron acompañadas y asesoradas por algunos miembros del INCORA, lideradas por indígenas, como Laureano Inampués, asesinado en 1994 debido a su labor como recuperador. Ellos llevaron a cabo las recuperaciones junto con comuneras y comuneros desposeídos, como única salida a la situación de pobreza.
Las mujeres fueron fundamentales en las recuperaciones. Muchas participaban de las entradas y las reuniones mientras sus maridos, padres y hermanos trabajaban como peones en las haciendas de la zona o de otras poblaciones.
Con golpes y amenazas procuraron intimidar a los recuperadores. Si bien las amenazas y golpes asustaron a algunos de los recuperadores, la lucha no se detuvo. Aunque las mujeres resultaron víctimas del maltrato de la fuerza pública, supieron defenderse con diversas estrategias.
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A las cinco de la mañana - Los Cumbes
Las cinco de la mañana llegamos a nuestro Llano (bis)
las cinco de la mañana llegamos a nuestro Llano (bis)
y todos con un valor con la herramienta en la mano (bis)
Seguimos el zanjamento en línea de dirección (bis)
porque son los derechos que le pertenecen al cabildo (bis)
A las 11 de la mañana ya llega mi coronel
y todos los comuneros quieren dialogar con él (bis)
Nosotros los cabildantes también tenimos teniente, porque
somos una nación y somos independientes (bis)
El barrio Nueva Granada, los blancos nos desafían (bis)
Mi cuerpo se hará pedazos, pero la tierrita sí es mía (bis)
Después de que los terrenos fueron regresando paulatinamente a la posesión indígena, las herramientas se usaron para hacer nuevos caminos por los cuales los comuneros anduvimos y entramos en las tierras recuperadas. Estos caminos permitieron unir unas haciendas con otras y el casco urbano con las veredas. Uno de los caminos hechos en minga por la comunidad, es el que va desde la galería de Guachucal a la vereda la Siberia. Esto permite entender la función que cumplieron los recuperadores: cuando la tierra regresó a la posesión indígena fue posible volver a trabajar para el beneficio común; a diferencia del tiempo en que predominó el yugo terrateniente, cuando se trabaja para el interés particular o para apenas sobrevivir.
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Las acciones violentas realizadas por los diferentes actores armados contra los pueblos indígenas han generado afectaciones profundas en todas las dimensiones que los definen como colectivos sociales diferenciados, al punto de amenazar su existencia, tanto física como cultural. Así lo señaló en su momento la Corte Constitucional en el Auto de seguimiento 004 de 2009