Pero las vigas de ese edificio que todavía no ha llegado no serán el principio del Museo, que ya ha sido, ya es y ya se proyecta para ser más allá de las paredes.
El mandato por ley del Museo es restablecer la dignidad de las víctimas, difundir la verdad de lo sucedido y contribuir a la no repetición. A partir de ahí han sido muchos y grandes los debates sobre cómo hacerlo: cómo responder a las expectativas de más de 8 millones de víctimas, y cómo contarles lo que pasó en el marco del conflicto armado a 49 millones de colombianos.
Una pregunta inevitable es qué va a contener el Museo. El Archivo de Derechos Humanos del Centro Nacional de Memoria Histórica, un centro de documentación, una experiencia virtual, un espacio de creación y exposiciones artísticas. Todo eso, por ahora. Pero también un componente museográfico: lo que va expuesto. Este Museo necesita un guion, una forma de comunicar, y un equipo del Centro Nacional de Memoria Histórica tiene la tarea de crearlo.
Antes de imaginar siquiera un museo o un guion o un edificio, ya exis- tían movilizaciones ciudadanas y procesos de memoria que nacie- ron en las comunidades, en las organizaciones sociales y de víctimas. El ejercicio siempre ha sido construir un museo desde sus experiencias: preguntarles, escucharlos, apoyar sus iniciativas. Sin esa base no habría una propuesta narrativa.
Sobre el equipo estaba la presión de la academia, de las or- ganizaciones sociales, de las víctimas, de los militares, de los curiosos. Todos querían saber si tendrían un espacio en el Museo y cómo se iban a contar sus historias.
El primer paso se había dado antes. El equipo había escrito unos Lineamientos Conceptuales que explican con detalle las bases teóricas del proyecto. Allí hay unos temas centrales, que son la base para el guion y las exposiciones del Museo, así como para el resto de experiencias que lo conformarán. A partir de esos temas emergen unos grandes mensajes que el Museo quiere comunicar. Por ejemplo: que los costos de la guerra son muy altos y sus daños irreparables. O que afecta a todos los colombianos pero no todos la sufren por igual.
Los mensajes también traían unas ideas implícitas. Terminar la guerra y sostener la paz depende de que cada uno sea un gestor de cambio. Nada justifica la guerra y el uso de la violencia con otros. Las iniciativas de paz no son exclusivas de las negociaciones entre los actores más visibles. El conflicto y el disenso son deseables.
Comunicar esos mensajes en el guion implicaba preguntarse qué imaginarios de los colombianos se querían transformar. Hay lugares comunes sobre el conflicto que se han afianzado, como que todos somos víctimas o todos somos responsables, o que nada va a cambiar porque la violencia hace parte de la naturaleza del colombiano, o que la firma de un acuerdo de paz acabará con todas las violencias.
El equipo ponía sobre el papel los imaginarios y afinaba los mensajes que se querían comunicar para transformarlos. Al tiempo que tomaban forma, volvía la pregunta sobre cómo narrarlos. Una cosa son los lineamientos y otra cosa es el guion de un Museo, que se debe comunicar de una forma que emocione, que escuche y que dé lugar a la escucha, que confronte y que transforme. Había que buscar alternativas a las formas de contar que tradicionalmente había usado el Centro en sus informes y exposiciones.
Una de las exigencias comunes para el Museo era que fue- ra un espacio vivo, que oliera, que sonara, que se sintiera el paisaje de las regiones, en el que fuera posible sentirse en casa. Pensando en la experiencia del visitante, la primera pro- puesta fue que se dividiera en unos ejes espaciales: lo rural, la ciudad, el río y el exilio. Así los visitantes podrían recorrer la geografía. A esos ejes le sumaron el cuerpo, que es donde todo empieza.
Pensando que la fragmentación entre el país rural y el urbano es algo que una sociedad, que quiere la paz, tiene que volver a imaginar de otra manera, una nueva propuesta definió nue- vamente los ejes: Cuerpo, Tierra y Agua. La historia que el Museo contará a través de estos ejes es la de un país que se teje por la violencia como por la resistencia. A cada eje lo re- correrán las preguntas sobre cómo la guerra lo afecta, cómo resiste a la guerra, y cómo es capaz de contarla.
Después de definir los tres ejes, el equipo encargado del guion empezó a socializarlos, a ponerlos a prueba. Las reuniones de socialización con otros investigadores del CNMH terminaron convirtiéndose en espacios donde por varias horas se contaban historias derivadas de las preguntas base: ¿qué le hizo la guerra a cada eje?, ¿qué hizo cada eje en la guerra?, ¿cómo cuenta cada eje la guerra?
Un reto grande era lograr entablar con los investigadores un diálogo que se saliera de la lógica académica. Aunque algunas reuniones sí buscaban apoyo en lo conceptual, el objetivo en este caso no era definir teóricamente al agua, por ejemplo, sino ver cómo a través del agua se narraba el conflicto: con historias, anécdotas, personajes, imágenes.
Así se empezó a llenar lo que el equipo llamó “canastos”. Cada canasto representaba a un eje y contenía el material que potencialmente podía alimentar la exposición. Fotos, videos, textos, audios, testimonios, mapas. Aparecieron historias de violencia sexual para el eje Cuerpo. O de resistencia campesina para el eje Tierra. O de daños al medio ambiente para el eje Agua.
Con los mensajes a comunicar definidos y los canastos llenos, se empezaron a responder las tres preguntas. Los casos debían narrar las respuestas. Y había que hacer evidente la conexión entre las historias. Un caso de despojo de tierras, por ejemplo, no es un hecho aislado independiente sino que puede estar atado a una historia de violencia sexual, así como las movilizaciones para defender los derechos de las mujeres llevan a la Comuna 13. Finalmente, la violencia y la resistencia en Colombia se pueden entender como un entramado de tiempos, espacios y procesos.
La selección de casos debía representar la diversidad en varios niveles. Había que dejar claro que ha habido una variedad en edad, en género, en pertenencia étnica, en identidad sexual, en discapacidad. Que la guerra no ha sido de dos sino de varios actores armados y que también participaron actores no armados. Que el conflicto ha sido profundo: espacial y temporalmente.
Desde que se decidieron los ejes y los casos, el equipo se ha centrado en trabajarlos con los protagonistas de las historias. Se han hecho talleres con las comunidades y se ha puesto énfasis en los enfoques diferenciales. Los hallazgos que han salido de la investigación del guion se han socializado y se han modificado cuando hace falta. Pero el resultado no será definitivo. Será parcial: en construcción. Uno de los mensajes del Museo es que si el conflicto ha sido complejo y extenso también va a tomar mucho tiempo poderlo narrar y representar. Esa narración se alimenta día a día.
¿Cómo escuchar los silencios de la guerra? ¿cuál es su mirada? ¿dónde quedan las huellas de la afirmación de la vida y de los sueños interrumpidos? ¿de qué maneras se imbrican los esfuerzos sigilosos por preservar la vida con los deseos enceguecidos por aniquilarla? En el Museo de Memoria Histórica de Colombia (MMHC), la tierra, el agua y el cuerpo narran la guerra en Colombia desde aquellos paisajes, territorios, caminos y seres vivos que revelan historias acalladas por la brutalidad de las violencias o guardadas con recelo por quienes fueron sus testigos.
Tierra, agua y cuerpo están íntimamente conectados en el paisaje y en nuestras vidas diarias conformando un ecosistema tanto de materialidades como de relaciones entre seres vivientes, ciclos de vida, fuerzas y poderes así como modos de vivir y morir, sentir, actuar y concebir el mundo. La tierra, el cuerpo y el agua constituyen elementos y sustancias esenciales en la formación de los mundos de vida de seres humanos y no humanos y hacen parte integral y formativa de las interrelaciones entre diversas entidades vivas (Krause and Strang, 2013; Strang, 2014). Es precisamente este entramado de relaciones y fuerzas el que le otorga el poder narrativo a la tierra, cuerpo y agua porque estos no son simplemente escenarios o recipientes pasivos de la acción humana sino por el contrario testigos y actores directos de lo que sobre o en ellos tuvo lugar.
Tierra, agua y cuerpo ofrecen múltiples puntos de entrada para escuchar y ver las historias y voces de la guerra en todo su espesor, pluralidad y complejidad a través de mas de cinco décadas de conflicto en Colombia.