Lugar: Parque de los deseos
Fecha: 7 al 16 de septiembre de 2018.
Área: 1200 m2
Número de visitantes: 22.000
No solo por ser la segunda ciudad más importante del país sino porque es un territorio que ha sido referente nacional e internacional de violencia urbana, pero donde sus habitantes han mostrado enorme capacidad de organización y resistencia. De hecho, en 2017, también en la Fiesta, el CNMH lanzó su informe Medellín. Memorias de guerra y dignidad, un trabajo de investigación que intentó explicar esas dos caras.
Igual que en Bogotá, la exposición estuvo contada a través de tres ejes —la tierra, el agua y el cuerpo—, que fueron vehículos para entender la guerra en distintas zonas del país: lo que significa cultivar coca para los campesinos de Putumayo, qué pasa en Buenaventura más allá del puerto o cómo un grupo de mujeres del Magdalena Medio se unieron para luchar contra la violencia y el machismo. Medellín, además, tuvo también la particularidad de ser cercano a los casos de la Comuna 13 y de Urabá, ambos del eje tierra.
Una de las apuestas importantes de esta itinerancia fue su ubicación. Aunque se hizo en el marco de la Fiesta del Libro, el pabellón se construyó enseguida, en el Parque de los Deseos, una plaza popular cercana a la Universidad de Antioquia y al Parque Explora. A diferencia de Bogotá, la entrada era libre, por lo que el público fue más diverso y no tan de nicho como el que puede esperarse en un evento literario. Entre nuestros cerca de 23 mil visitantes, destacamos nuevamente a los estudiantes, tanto de colegios como de universidades, y a las organizaciones de diferentes barrios y comunas de la ciudad.
Estos últimos no fueron solo visitantes: hicieron parte esencial de la exposición. En Medellín quisimos lograr una conversación más profunda entre los contenidos que ofrece Voces y las memorias personales y territoriales de sus habitantes. Para lograrlo, nuestro equipo de Pedagogía diseñó una estrategia que incluyó el trabajo con jóvenes y con organizaciones sociales, para escuchar sus relatos y también para ayudar a fortalecer sus procesos.
La exposición pretende ser un espacio de diálogo, de denuncia, de interpelación a la opinión pública para que se sume a la construcción de una democracia donde quepamos todos. Queremos que no se trate únicamente de información puesta en una pared sino un espacio vivo. Por eso, durante los diez días que duró abierta en Medellín, hubo una programación artística, cultural y académica de 37 eventos pensados para proponer discusiones nuevas a partir de los contenidos de los tres ejes.
Tuvimos charlas sobre la relación entre conflictos ambientales y conflicto armado, sobre la construcción de paz de excombatientes, sobre la forma en que el arte les puede hablar de la guerra a niños y niñas. Conciertos de un grupo de bullerengue de Urabá, de una orquesta de jóvenes nasa del norte del Cauca, de músicos que hacen hip-hop en lenguas indígenas, palenqueras y raizales. Performances sobre la amenaza constante a los líderes y lideresas sociales. Talleres para encontrar un tesoro escondido, para entender cómo se construyen las masculinidades en la guerra o para que docentes aprendieran herramientas audiovisuales para narrar la memoria.
Esa programación fue complementada por la presencia de decenas de invitados de distintas regiones del país: víctimas, líderes y lideresas que contaron sus historias y acompañaron a los visitantes en sus recorridos por la exposición. Así lo hicieron las mujeres protagonistas del caso de la Comuna 13, o Banessa Rivas, una joven defensora del río Atrato, o Pablo López, representante legal del Consejo Comunitario de La Larga y Tumaradó, o Gustavo Colorado, un líder cultural desplazado de Tumaco.
Con cada itinerancia y el diálogo permanente con los territorios, el Museo crece. Nuestro trabajo es seguir enriqueciendo esta exposición con la mayor pluralidad de voces posible. Terminamos este año llenos de aprendizajes, preguntas e ideas, y esperamos que este camino siga en 2019.