El espíritu reparador que orienta la construcción de este museo permite vislumbrar las voces, realidades y experiencias de las víctimas en un lugar central y protagónico, pues reparar exige atender a una deuda histórica por la exclusión, invisibilización, negación y estigmatización que millones de ellas han padecido, y que las han situado en un lugar de vulnerabilidad y de negación de sus derechos. La presencia de la experiencia de las víctimas en este lugar, ubicado por demás en la ciudad capital, busca que sean reconocidas, cobren existencia y humanidad para los habitantes urbanos que no han conocido la realidad de un país rural gravemente golpeado por la violencia.
El ejercicio de construcción del Museo parte entonces de reconocer la movilización ciudadana y los procesos y acciones de memoria que han tenido lugar en el seno de comunidades, organizaciones sociales y de víctimas que han surgido en el país a lo largo de varias décadas. En el ejercicio de construir socialmente el museo, construirlo con otros y a partir de sus experiencias, nos hemos encontrado con un rico y plural universo de memorias, que expresan también una variedad de sentidos: Se hace memoria para rendir tributo a las víctimas, para que ellas no queden condenadas, como quisieron los victimarios, a la aniquilación y el olvido. Se hace memoria para ritualizar despedidas, para saldar deudas con los que ya no están, para cerrar ciclos y para procesar los duelos.
También se hace memoria para sanar heridas, para curar la mente y el cuerpo, para volver a conciliar el sueño y para enfrentar la enfermedad que el recuerdo perturbador y el insano olvido enquistan en el cuerpo. Se hace memoria para romper estereotipos y estigmas para mostrar lo que se es, lo que se tiene y de lo que se es capaz; esto es para fortalecer identidades. Se hace memoria para rescatar y reconstruir lo que se quiso eliminar o castigar: los ideales políticos, las luchas, las conductas calificadas como transgresoras, las opciones y posturas de vida, la cultura. Se hace memoria para exigir justicia, por eso la memoria denuncia, señala complicidades, responsabilidades, atropellos, despojos, y se encarga de recordar las deudas pendientes. Se hace memoria para construir democracia, por eso se reconocen las voces excluidas y se festejan las diferencias. Se hace memoria para dejar legado: para que los jóvenes y las generaciones venideras sepan de su pasado. Se hace memoria para tejer lazos, para encontrarse y reconocerse con otros como comunidad de dolor y sufrimiento y también de nuevas realidades y sueños. Todas estas iniciativas constituyen la fuente y riqueza sobre la cual se inspira el Museo.
El reconocimiento de este legado social implica para el Museo responder a la exigencia de las comunidades de reconocer su experiencia, sus saberes y sus aportes a la memoria. El criterio que se desprende de este reconocimiento es el del museo como un espacio para el fomento, fortalecimiento, visibilización y divulgación de estos lugares e iniciativas de memoria, y de respeto a su autonomía, al disenso, a la pluralidad de las memorias y proyectos de vida, y a la expresión política.
Parte de esa riqueza y pluralidad se representa en los múltiples lenguajes y recursos que las personas, colectivos y comunidades han creado para hacer memoria: los bordados, los cantos, la danza y el teatro, los poemas, cuentos y narrativas; la pintura y la plástica, los senderos, jardines, monumentos, las galerías, los museos comunitarios, las conmemoraciones, entre otras son lenguajes y recursos de la memoria que con su riqueza y creatividad anteceden y fundamentan al museo.
El conflicto armado colombiano ha provocado más de ocho millones de víctimas, son personas de diversas regiones, géneros, etnias, edades, filiaciones políticas y religiosas. En suma, las víctimas no constituyen un grupo homogéneo y aunque comparten los mismos derechos, expresan reivindicaciones y exigencias distintas, incluso en ocasiones se presentan discrepancias en sus criterios, en sus posturas y reclamos.
El Museo debe reconocer a todas las víctimas sin distingo y procurar la expresión de esta diversidad, por ello se concibe como un escenario y espacio público en el cual se visibilizan relatos y lenguajes plurales que han narrado y siguen narrando el conflicto, y que incluyen las diferentes miradas.
La diversidad de posturas e interpretaciones sobre el conflicto armado también se expresan en la sociedad colombiana, polarizada por las dinámicas de la guerra. Esos desacuerdos deberán expresarse democráticamente a través de los dispositivos y recursos que el museo disponga para ello. La pluralidad y el debate democrático deberá darse sobre la base de una discusión respetuosa que por principio no acepta, permite o promueve discursos que nieguen o falseen lo ocurrido, que justifiquen la violación de los derechos humanos, que revictimice a las víctimas, que exprese lenguajes de discriminación, homofobia y racismo o que ofenda la dignidad humana.
Se trata también de reconocer la diferencia y pluralidad cultural de los pueblos indígenas, comunidades negras y Rom con las que han tramitado sus memorias de la guerra y la violencia colonial. Este criterio se traduce en la concepción del museo como plataforma de reconocimiento y fortalecimiento de los dispositivos culturales (prácticas, rituales, territorialidades sagradas, memorias orales y sonoras, formas de construcción y transmisión de sus conocimientos y saberes) y voces mediante los cuales los pueblos indígenas y las comunidades negras y Rom le dan sentido al pasado, preservan sus memorias, se proyectan a futuro y conservan sus identidades.
Al Museo se le plantea también el imperativo de reconocer el impacto diferencial de la guerra sobre ciertas personas y sectores sociales, por ello apoya las iniciativas de memoria y de documentación lideradas por las mujeres, por las personas que expresan opciones sexuales diversas y por grupos de jóvenes en todo el país. Esto con el fin de romper el silencio sobre las maneras en que la guerra los ha victimizado y también para hacer visibles
sus aportes a la construcción de una sociedad incluyente y democrática. El reconocimiento de la diferencia incluye también el registro del abuso y discriminación de la población con discapacidades, del gran número de personas que viven con alguna forma de discapacidad como resultado de la guerra.
Estos principios, enfoques y experiencias orientan la construcción del Museo Nacional de la Memoria que se concibe como un lugar vivo, activo, diverso, flexible y dinámico. Un museo que está y existe más allá de sus paredes. Un museo red que articula, reconoce y favorece el intercambio de experiencias y de posturas.
Este legado social le imprime al Museo su carácter institucional pues implica que trabaja en estrecha articulación con los diversos procesos de memoria en los territorios, fortalece las iniciativas de memoria y respeta su autonomía y acervo cultural, en particular la autonomía cultural y territorial de los pueblos indígenas y comunidades negras.
El Museo busca constituirse así en una poderosa plataforma sociocultural que promueve procesos participativos de creación, producción, deliberación y circulación de la memoria histórica del conflicto armado, al tiempo que moviliza el pensamiento crítico frente a las causas y al legado de la confrontación armada, sobre las formas de convivencia y la construcción de paz, y aporta a la formación de ciudadanos críticos, responsables y comprometidos con el fortalecimiento.
El Museo es un logro de las víctimas y de la sociedad
Con más de 50 espacios, es más que un Museo
Antes de terminar la construcción, ponemos a prueba sus contenidos