Publicado: 18 de noviembre de 2020
Foto: Mauricio Ramírez
Un escenario ambulante del Museo de Memoria de Colombia recorre Barranquilla, Malambo y Soledad para llevar actividades artísticas y pedagógicas de la exposición Sanaciones: diálogos de la memoria a los habitantes del Atlántico. Una de las paradas de este recorrido fue en el barrio Villas de San Pablo, en el suroccidente de Barranquilla, donde viven alrededor de 2200 familias, de las cuales 750 son víctimas del conflicto armado. Allí, con el apoyo de la Fundación Santo Domingo, la artista Joyce Obregón y un grupo de jóvenes de la comunidad pintaron un mural en la entrada de una de las manzanas que componen la urbanización.
Joyce es artista plástica y visual, ilustradora y artista callejera de Barranquilla. Su obra explora temas como la identidad afro y el feminismo, y normalmente parte de procesos comunitarios para hacer sus intervenciones en el espacio público. Así, en sus palabras, “se empiezan a transformar microespacios”. Hablamos con ella sobre el proceso de creación del mural, sobre la representación afro e indígena y sobre la idea de sanación.
¿Qué es para usted la sanación?
“Siguiendo con la idea curatorial de la exposición, yo creería que, en articulación con el tipo de obras que hago, hay una comparación con sanar las paredes: dar una resignificación a este espacio, que era un espacio neutro, y empieza a tener una identidad, empiezan a tener pertenencia los jóvenes que hicieron parte de la intervención, los vecinos que se acercaron y lavaron el espacio antes de intervenirlo. Ese es el significado que le doy a la sanación en este contexto”.
En el mural hay una mujer afro y una mujer indígena, dos sectores que han sido históricamente marginados. ¿Cuál es la importancia de pintar estos rostros en el espacio público?
“Cada elemento del mural parte del análisis que hice después de reuniones, socializaciones y laboratorios con vecinos y jóvenes líderes de Villas de San Pablo. Al darme cuenta de que es una comunidad bastante diversa, tenía un sentir de que había que tratar de plasmar esta diversidad y afianzar ese reconocimiento. Algunos ven a la mujer negra o indígena y dicen: ‘yo no soy esto’. Pero nosotros somos incluso ambos, algunos más uno que lo otro. Afianzamos esa idea de que no por no estar en la Sierra vestidos de cierta manera dejamos de ser indígenas. O que no por no estar en Palenque y tener la nariz chata dejamos de ser negros. Por eso plasmé esto allí: para que los vecinos empezaran a cuestionarse por qué una mujer negra o indígena, y por qué mujeres. Lo que logré ver en estos meses de trabajo con la comunidad es que la mayoría de líderes de Villas de San Pablo son mujeres lideresas. Ellas, sobre todo, se han sentido muy a gusto con la representación”.
Las lideresas se sintieron a gusto porque se vieron representadas. ¿Cómo fue la recepción de las personas o identidades que no aparecen explícitamente en el mural?
“Esto lo dice la curaduría de Sanaciones: no es un resultado, es el inicio de un diálogo. Aquí empieza un diálogo entre todos los vecinos, cada una de las personas que viven en Villas de San Pablo. Quizás algunos pudieron no sentirse conformes con esto. Es bastante complejo ponernos todos de acuerdo. Pero creo que, si queda la molestia, va a ser una molestia que te genera reflexión. Cualquier intervención que se haga en el espacio público, ya sea como esta, con el apoyo de una entidad, o sea de tipo ilegal, al espectador le despierta una reflexión”.
El proceso del mural fue colectivo desde que se planeó hasta que se pintó. ¿Qué elementos propuso la comunidad que aparezcan allí representados?
“Muchas veces nos venden como el artista que está en un pedestal, y que los demás son los ayudantes, pero en este trabajo de comunidad eso varía. Yo estoy muy abierta a lo que me propongan los chicos. Unos son de un grupo de jóvenes llamado Escándalo Urbano, y otros vienen de aquí cerquita. Todos han sido muy colaboradores en las intervenciones. Ellos mismos han tomado la iniciativa de terminar líneas de bocetos que yo dejé. Un chico se tomó la voz para hacer en la parte de atrás lo que para él es Villas de San Pablo: cuando entra uno y se ven los bosques, y de otro lado se ven las torres de los edificios. Quedó la huella de que eso lo hicieron ellos”.
Esta es la primera exposición del Museo de Memoria en el Caribe. ¿Cuál es la importancia de que se recorra esta región y se llegue a los barrios y las casas de la gente?
“Esa era una de las preguntas que surgió en las reuniones con la comunidad. En un contexto como Barranquilla, donde hay pocos museos y los que hay están desangrados, deshabitados, es bastante importante el acercamiento de venir al barrio, incluso en medio de la crisis de pandemia, y decirle a la comunidad: ‘si tú no vas al museo, el museo va a ti’. Y que sientan que el museo no es una cosa exclusiva para unos seres con intelecto superior, sino que ellos son quienes construyen el museo y la memoria. Es darle valor a su palabra, a su accionar”.