Escuela de mediación : Museo de Memoria de Colombia

Uno de los principales retos pedagógicos asociados a los lugares de memoria que se han creado en las diferentes regiones del país está en ¿cómo generar vínculos sociales entre las narraciones, objetos y mensajes con los públicos heterogéneos que los visitan? En este sentido se han ensayado varias formas de mediación que van desde las tradicionales guías de museo hasta las conversaciones vivenciales con líderes, artistas y personas víctimas del conflicto.

Estas acciones más que respuestas plantean un gran reto a las mediaciones que quieren proponerse en el MNM y que en el actual marco de la primera exposición de su guion (Voces Para transformar a Colombia) nos permiten plantear la posibilidad de un laboratorio que explore diversas formas, niveles y rutas de mediación.

El MNM se define como un espacio para el encuentro, la reflexión crítica sobre el pasado, la activación de una conciencia social frente a las responsabilidades individuales y colectivas, la identificación de las condiciones y engranajes que hicieron posible el horror, y el compromiso con la no repetición y la defensa de la vida y los derechos humanos. 

Con la exposición del guion museológico del MNM se hace una apuesta por el posicionamiento de la responsabilidad social del Museo en el imaginario de sus públicos a través de la gestión educativa – cultural y la acción social en donde los mediadores juegan un papel fundamental.

Dentro de los retos pedagógico planteados en el marco de la exposición esta trazar una ruta que sin ser lineal permita conmoverse: moverse con el otro, pensar: comprender para transformar, conversar: el intercambio con los otros desde la palabra que aporta al reconocimiento del papel histórico que cada uno desempeña en la sociedad y la actuar: acciones que propicien cambios acordes con las necesidades de los sujetos en comunidad.

el proceso pedagógico de mediación tiene dos direcciones muy concretas que a su vez determinan cronológicamente su desarrollo: la formación y la mediación. ambas están enmarcadas en una serie de principios que terminan por ser potencias concretas de la función pedagógica del museo y su relación con la sociedad colombiana.

“Reflexionar sobre didáctica es más próximo a pensar procesos de “aprendizaje” y no tanto de “enseñanza”. Trabajar en el ámbito cultural supone, inevitablemente una pedagogía inestable, como diría Irit Rogoff, donde el significado es inherente a los espectadores/participantes, ni es impuesto por una autoridad, si no que viene a la vida en el momento mismo de la actualización. Hemos estado y estamos inevitablemente en un proceso de aprendizaje donde no podemos distinguir entre inicio y final, norte o sur, visiones correctas o incorrectas. Todos estamos aprendiendo.” (Paris, Nicolás. 2011).

En este sentido es necesario puntualizar que hay una apuesta democrática muy clara desde el museo para formar, explicar y comprender el conflicto armado colombiano. Esa democracia está fundamentada en el reconocimiento de una ciudadanía que puede ser más activa, y que por ende puede activar sus memorias y sus realidades de formas particulares, sin entrever o negociar las vulneraciones de los derechos humanos en el marco del conflicto en Colombia. 

El ejercicio de la mediación entonces se enmarca en las premisas de la educación para la justicia social, respondiendo a la interlocución de sentidos críticos respecto a las problemáticas sociales identificadas, la reflexión como motor personal para la transformación y el acercamiento a dimensiones interpretativas de la realidad. 

Siendo así, el mediador no pretende la explicación de una realidad ampliada para proveer información objetiva. Precisamente porque esa información objetiva supone una verdad objetiva que no existe. El mediador debe acercar elementos locales para poder distinguir relaciones de poder en las relaciones humanas que se gestan en lo micro y en lo macro. Por esa misma razón “las obras no se “explican”, ósea, no existe una fórmula que revele la identidad perfecta de una obra. La idea de que el arte contiene una sola “verdad” pertenece a fines del siglo XIX. Lo que existe es la necesidad y posibilidad de compartir información sobre una obra, generando un debate y reflexión acerca de ella que permita el espacio necesario para que un espectador pueda elaborar su propia interpretación.