Por: Manuela Ochoa
Estudié arte porque yo no quería ser doctor. Soy muy disperso y trabajo en 3 o 4 proyectos al tiempo, eso me hace sentir que tengo la atención enfocada en algo.
Lo primero que me llamó la atención fue la pintura. En la casa había un libro de Historia del Arte de mi mamá, era una enciclopedia de dos tomos. La leía para aprender pues era muy completa, como una etnografía. La Edad Media me cautivó por su representación del cuerpo; me parecía mágica, religiosa.
Después estudié videoarte en la Universidad Nacional con Gilles Charalambos y conocí las posibilidades de este medio. Pirateaba películas de terror para editarlas. Me gustaba la idea del espectáculo en este tipo de películas pues es tan grotesco que se vuelve ridículo: se cae la cabeza y sale el chorro de sangre.
Más adelante estudié filosofía y conocí el discurso del pensamiento entorno a la historia del ser humano. Foucault me interesó mucho por su historia de la clínica, la prisión, el panóptico, la idea de ver, de la vitrina y el cuerpo dentro de vitrinas.
Mientras estudiaba, también trabajaba haciendo montajes para las exposiciones del Banco de la República y el Museo del Oro.
Tener acceso como montajista a las colecciones del Banco de la República debió enriquecer mucho tu mirada del arte…
Claro, muchísimo. Tuve de cerca obras que son muy importantes para mi como artista.
Cuando era niño y vivía en Mosquera, me gustaba dar vueltas en la bicicleta. Vivíamos muy cerca a un cementerio. Un día entré y pude ver, a través de una ventana, cómo llegaban cadáveres dentro de unas bolsas negras. Esa imágen fue muy impactante y la volví a encontrar muchos años después, en el documental “Orozco, el embalsamador”. Era una película sobre un personaje del Cartucho que abre los cuerpos que salen de Medicina Legal, los viste, los maquilla, los arregla y los mete en unos cofres para entregárselos a sus familiares. En una de las tomas, sale el cementerio de Mosquera. El personaje camina hacia la misma ventana por donde yo me asomé, y él también ve las bolsas negras que yo recuerdo.
Pienso que la vida es como un libro que ya está escrito. Empezamos a leer y no entendemos muy bien de qué se trata, pero vamos entendiendo más a medida que avanzamos. Entendí que yo me comunico a través de estas imágenes del cuerpo y el circuito artístico me ha dado la oportunidad de explorar este interés, de hablar sobre la agonía, el dolor, la enfermedad y la muerte. Son temas de los que no queremos saber porque el ser humano quiere triunfar. Somos muy vulnerables.
Primero iba al barrio Ricaurte, a las chatarrerías y al Hospital San Juan de Dios. Como a mi me interesa la relación entre el cuerpo y los objetos, allá es fácil conseguir sillas de ruedas, camillas.. los precios en las chatarrerías son para estudiantes. En estos lugares encontré objetos que hablaban del cuerpo sin mostrarlo.
Todos los materiales de mis obras los he encontrado en las calles del centro de Bogotá. En los mercados de la calle, en las pulgas; o entre semana sobre la carrera séptima, hay libreros, hay gente que vende todo lo que se recicla en la semana. Todos esos insumos, que son el desecho de una ciudad, evidencian la economía de los que no tienen el dinero para comprar las cosas nuevas. También muestran los rastros de todas estas lecturas que a veces pasan desapercibidas.
Si, en esta recolección selectiva que hago en las calles encuentro el texto “Un aspecto de la Violencia” de Alonso Moncada. Fue sincrónico porque yo siempre estoy detrás de la imagen del cuerpo violentado, del cuerpo anatómico, del cuerpo pornográfico, y me encuentro ese libro con esa portada de una mujer asesinada, tirada en una escalera. Cuando lo abrí, tenía tres injertos como de seis hojas cada uno, de fotografías sin pie de página; de masacres, de atentados, de mutilaciones, de cortes. No se sabe de quién son las fotografías.
Me parece que los argumentos del primer capítulo, titulado “Todos somos culpables”, son muy interesantes. Pienso que el conflicto nace de un estado en donde todos estamos ensimismados, a nadie le importa lo que le pasa al otro.
Este libro se vuelve a publicar después de 1963, pero sin fotografías. Por eso se me ocurrió hacer una revisión de ese material fotográfico que al parecer fue censurado por mostrar la violencia sin filtros. No se sabe bien por qué desaparecieron las imágenes. Hablé con José Darío Gutiérrez, director de la Galería El Dorado y del Proyecto Bachué y volvemos a mostrar el dispositivo Caja Negra, esta vez enfocado en el libro, durante una exposición que se llamó “Borrador No. 1”. Es el acto de editar el libro lo que se vuelve político, en la medida en que hay cosas que no se quieren mostrar.
Hice una versión de Caja Negra para Centro de Memoria, Paz y Reconciliación en la que muestro un vídeo de la bandera de plomo y en donde aparecen imágenes del libro. La bandera de plomo está instalada en el CMPR desde octubre de 2016, pues hizo parte de un proyecto del artista Fernando Arias. Pienso que el plomo es lo más contundente para hablar de sesenta años de un conflicto pues ¿cómo se hace la guerra? Con el plomo, con la muerte. Pensé en convertir el símbolo patrio en un objeto pesado, a media asta, como símbolo de duelo.
Junto al vídeo de la bandera, suena una versión lenta del himno nacional de 1930. Escogí la primera y la tercera estrofa que son las que hablan del cuerpo y de la muerte. Es un himno denso como la bandera, es decadente.
Quiero dejarla en un comodato o al menos que esté expuesta aquí un tiempo. La verdad es que desde octubre está quieta, evidenciando un estado: un gobierno y un país que habla de muertos pero que no hace nada. La densidad es contradictoria porque es muy dócil a la vez. Hice una urna con los restos que me sobraron al hacerla.
No sabía. Los artistas hablaban de hacer marchas, de exposiciones. ¿Pero qué queda para la posteridad? ¿Una foto y un catálogo? ¿O un objeto que quede como símbolo desde ese momento?
Esto suena muy egoísta pero creo que la responsabilidad es con uno mismo. Uno no es un artista que reflexiona sobre el conflicto armado o la violencia solo cuando lo llaman a una exposición. Pienso que más allá de proyectos y procesos que hablen de la violencia, lo más importante es tu compromiso como ser humano. Puedes ser una investigadora increíble, pero puedes ser una mala persona. ¿Hasta donde tu situación como ser humano es la que trasciende?
Su hija, la enfermera María Cristina Cobo, fue detenida y torturada por paramilitares del Bloque Centauros, el 19 de abril de 2004.
En 2013 me acerqué a una asociación de familiares de víctimas de desaparición forzada. Cuando empecé a trabajar me di cuenta que ellos hacían muchas cosas pero que no contaban lo que hacían.
Yo siempre estoy detrás de la imagen del cuerpo violentado, del cuerpo anatómico, del cuerpo pornográfico, y me encuentro ese libro con esa portada de una mujer asesinada, tirada en una escalera.